Permita el señor presidente del
Cabildo de Lanzarote que desoiga sus instrucciones y no contribuya a que se
apague lo que él llama ‘presión mediática’, sobrevenida como consecuencia del
escándalo del frustrado reconocimiento del ceramista Juan Brito como Hijo
Predilecto de la isla. Y deje que le explique, con todos los respetos, dos
cosas: la primera que es preciso que no olvidemos tan rápido el bochornoso
espectáculo que entre unos y otros dieron el día de autos; la segunda que a mí,
particularmente, nadie me dice cuándo debo hablar y en qué momento callar. Llámeme
rebelde, si lo desea.
Creo que hace bien Juan Brito en
no aceptar el nombramiento de Hijo Predilecto mientras pululen por los
despachos de la Casa Cabildo los de ahora. Un hombre de bien, un vecino de pro,
no debe dejarse homenajear por tipos, y tipas, a los que sus conciudadanos les
importan un bledo. Que vayan ustedes a saber quién se sacó de la manga lo del
pobre bledo. Si ellos anteponen su orgullo de políticos al respeto debido a las
personas nosotros, el resto de ciudadanos, tenemos que hacer crecer nuestra
dignidad por encima de sus yermas cabezas.
Es verdad que en este nuevo episodio
de la ignominia política insular unos tienen la culpa más que otros. Pero no se
libra nadie, que es lo peor. El grupo de Gobierno peca por desconocer cómo han
de hacerse estas cosas y, una vez enterados,
enrocarse en el error demostrando una nula cintura política. Más vale
con mal asno contender, que la leña a cuestas traer, dice el refranero.
Pero nada comparado con el
mezquino comportamiento de PIL y PP, por mucho que uno de cada, Bermúdez por
los reincidentes faltones (ya se lo hicieron en su día a Manrique) y Vázquez
por los conservadores, fueran a visitar a Juan Brito llenándole la cabeza de
politiqueo del malo. Y todavía dicen que el artesano entendió su postura. Brito, señores, se comportó como un caballero
con los zotes de sus señorías. Y si no les dio con la Princesa Ico en la
totorota es porque le tiene más respeto al barro que a algunos seres humanos.
Bien pudieron honrarlo como dicen
que merece y, al día siguiente empezar con las quejas, lamentos y denuncias.
Claro que la repercusión mediática del momentazo
hubiese sido menor.
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