lunes, 30 de abril de 2007

Aznar en la ultraperiferia


José María Aznar López, presidente del Gobierno de España entre 1996 y 2004 visita Lanzarote este sábado. Reconozco que debo hacer un esfuerzo por contenerme antes de seguir escribiendo. Son demasiadas las imágenes que se agolpan en mi memoria (creo que en la de todos) y que, ni el paso del tiempo, ni los esfuerzos del PP por hacerme ver lo que no es, han conseguido borrar. Supongo que debería cantar las excelencias de un líder que recogió un país podrido por la corrupción del último tramo de gobierno socialista y lo saneó. Supongo. Pero enseguida recuerdo cómo lo devolvió.
            Así que la imagen que tengo de Aznar no es la del líder que en su primera legislatura puso a España en el tren en el que viajan el resto de países de la Europa moderna. No. La foto de las Azores me lo oculta y el ruido de la mentira del 11-M me impide escucharlo. Todavía hoy ladran otros doberman que creen olfatear vascos entre la carne quemada por las bombas del odio fundamentalista.  La imagen de Aznar me evoca aquello que rechazo y todo en lo que nunca he creído.
             Por supuesto que la bendición de Aznar a la invasión de Irak, a la que han seguido decenas de miles de muertos de i-no-cen-tes, está en el cenit de mi repulsa al político conservador. En la misma medida en la que se me aparece el abandono a la familia de José Couso, el cámara de televisión asesinado en el Hotel Palestina, para no molestar al amigo George. O la negativa a reconocer que en Irak no había armas de destrucción masiva y, acto seguido, hacer algo tan simple, tan cristiano si me apuran, que es pedir perdón. Simplemente perdón.
            Aznar buscó a ETA en el 11-M. Necesitaba a ETA en el 11-M. Todavía hoy, con la absurda teoría de la conspiración desmontada, sus herederos imploran por una conexión con el terrorismo vasco. Es verdad que Aznar ya se iba, pero en su camino de vuelta no pasó por la Estación de Atocha. No estaba en su itinerario. Luego, el ex presidente escribiría que la sociedad española no estaba preparada para un atentado islamista. Nosotros, nosotros, siempre nosotros. Él nunca. Familiares de víctimas piden hoy, en el juicio, responsabilidades a aquel Gobierno.
            Pero, con todo, lo peor no es lo descrito. Tampoco tratar de demonizar a todo aquel que no se sintiera español (aún habiendo gobernado con nacionalistas vascos y catalanes), o negar que su gobierno negociara con el entorno abertzale para echar en cara a ZP que lo haya hecho. Lo peor de todo esto, es que ha pretendido pasar a la historia sin una sola mancha en su historial. Y la perfección no existe. No saludo tu llegada, José María Aznar López. 

martes, 3 de abril de 2007

El limbo de la historia


Los grandes, los poderosos, los intocables del poder, cualquiera que sea la forma en que éste se les manifieste, deben pensar que ellos son los que escriben la Historia. Ni siquiera cualquier negro a sueldo. Ellos mismos. Y más grandilocuente es el argumento de la Historia que nos incluye a todos, cuanto más mediocre es quien de jerifalte ejerce. Tiene, la Historia que escriben los elegidos, hasta su limbo particular que es adonde van los hechos que nunca han sido.
            Tuve una vez un jefe empresario de la comunicación, que no periodista, que negaba la existencia a aquel político o partido que no compraba su presencia en el Medio. ¿No pagas? No sales. Y sin dar muchas pistas, hay hemerotecas, archivos de radio o de televisión, en los que, por ejemplo, transcurren meses enteros en los que da la sensación de que todo un grupo de gobierno del Cabildo se ha ido de vacaciones largo tiempo.
            Es el limbo de la Historia de Lanzarote en el que creen los notables interinos de los centros de decisión. Si yo no lo cuento, eso no existe. Créanme que así fue. Ahora quizá es distinto ya que la proliferación de medios ha ido dejando en pelotas esas intenciones de ocultar algo que puede hacer daño al de la chequera. Sea ésta pública o privada. He superado la batalla, pero un día estuve en esas trincheras. Y por el mismo precio.
            En mi descarga, para quien guste  juzgarme (hay cola), diré que no pocas veces traté de convencer al cabeza dura y bolsillo lleno de que la Historia es como es. Que si un Presidente inaugura un pantano, el simple hecho de no contarlo no hace desaparecer el pantano. Sólo se seca la credibilidad de quien no lo narra. El pantano sigue ahí, pero en el archivo mediático no está. Ha ido al limbo de la Historia escrita por el poderoso.
            Desgraciadamente, en estos últimos meses de legislatura, el limbo de la Historia ha engordado con hechos que nunca han sido cuyos protagonistas son políticos que ojalá nunca lo vuelvan a ser.