jueves, 17 de octubre de 2013

Un senador invisible en un Senado inútil



Comentaba el otro día el Senador por la isla de Lanzarote (¿o deberíamos decir por el PP?) Óscar Luzardo, que no se había reunido con ninguna autoridad política insular ahora que en Madrid se discuten los presupuestos de 2014 y ya que pronto llegarán para ser estudiados en la Cámara Alta. Y en su respuesta se adivinaba un “ni falta que me hace” por cuanto decía controlar el estado de necesidades de la isla. Y no lo pongo en duda. Por ahí podríamos ser senadores el 90% de la población insular.

Verán: uno que ya peina canas en esto de la información política ha sido testigo de los tiempos en los que los senadores no sólo se reunían con alcaldes, presidentes, parlamentarios y hasta con delegados de las federaciones deportivas y conserjes de colegio (con todos mis respetos, la segunda figura más respetada por los chinijos en los centros), sino que incluso tenían sede propia en la isla (pagada por ellos, por su partido o por amigos del partido).

Tiempos de Dimas Martín y de Juan Ramírez y hasta de Cándido Armas que no es que añore, pero que me han hecho recordar que este senador de ahora, a su lado, parece invisible. Yo, qué quieren que les diga, es más que probable, tirando a seguro, que todo aquello no fuera más que humo y millones derrochados. Que las camisetas, pitos, gorras, pegatinas, azafatas y garbanzas sólo fueran los recortes del timo de la estampita.

Sin embargo en la invisibilidad del senador por Lanzarote (¿o es por el PP?) va el mensaje de lo que en realidad es el Senado: una absoluta inutilidad. Una especie de teatrillo al que de tarde en tarde se asoma el Jefe del Gobierno o el líder de la oposición para mayor regocijo de sus distinguidas señorías. Vamos, que si se lo cargan, este país no perdería nada.

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