Es probable que cuando Pedro Sanginés afirmaba con
rotundidad que no se iba a privatizar Inalsa lo dijera sinceramente, creyendo
que él era capaz de saber gestionar la crisis. Pero es evidente que ha fallado
en sus planteamientos. Lo cual, en un político, es grave. Y tratándose del bien
básico por naturaleza, el agua, el caso adquiere dimensiones colosales.
Sin embargo llama la atención en todo esto el modo cómo
Sanginés anuncia la entrega de la producción y venta de agua en Lanzarote y La
Graciosa a una empresa privada. Lo hace cantando las excelencias del acuerdo,
vanagloriándose de haberlo logrado y poco menos que dictándonos el grado de
felicidad que los ciudadanos debemos sentir con el agua en manos de una empresa
madrileña.
Imaginemos ahora un duelo por una persona querida y veamos
al deudo glosar las virtudes de la persona que ha de ocupar en la vida el lugar
que deja el pariente en su muerte. Sería absolutamente impensable. De ahí
mi extrañeza al escuchar al presidente
narrar lo sublime de la nueva empresa con Inalsa de cuerpo presente
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