Hoy voy a hablarles de una de las
tradiciones más arraigadas de la Semana Santa en la que estamos inmersos. Una
costumbre que no tiene que ver con misas ni procesiones y que, de hacho, no
marca la iglesia: las acampadas. O quizá deberíamos decir, este año, la
ausencia de acampadas. Al menos de las legales.
Llama poderosamente la atención
que en una isla en la que presumimos de naturaleza haya tantas dificultades
para permitir el contacto directo entre el ser humano y esa naturaleza. Es
cierto que constituimos el primer peligro para el medio, pero también es verdad
que los campistas de espíritu suelen ser absolutamente respetuosos. El problema
es que en Lanzarote no les dan la oportunidad de demostrarlo.
Cerrado el cámping de Papagayo
porque los políticos son incapaces de gestionarlo y clausurada la zona de San
Juan, se añaden ahora la imposibilidad
de hacerlo en Arrieta, Playa Quemada y, en realidad, en todo el litoral de la
isla. Esto refuerza la teoría que mantiene desde hace tiempo quien les habla:
en Lanzarote, el progreso, consiste en ir perdiendo posibilidades. Buena Semana
Santa a todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario