viernes, 27 de marzo de 2009

El Golfo


Todavía recuerdo como si fuera hoy la primera vez que me llevaron a El Golfo. No fue por la carretera de Los Hervideros, sino por el otro acceso, el que pasa rozando la anacrónica zona de tiro militar. Circulábamos en medio de la nada cuando, de pronto, la vía se precipitó cual montaña rusa natural y allá abajo, montando guardia para que el ejército de Neptuno no se adentrara en la lava, aparecían un grupo de blancas casitas en contraste con la tierra quemada. Me impactó esa visión. Cuánta paz en tan poco espacio. Hoy, ya lo saben, esa paz ha sido perturbada por un quítame allá ese deslinde por parte de quienes no sabían que aquello constituía pueblo.
Aún sin parpadear, mis improvisados guías me llevaron al Charco de los Clicos. Una denominación que debió firmarla un adelantado a su época porque, en efecto, lo que antaño era un lago verde, hoy es un simple charco. Mañana, no será ni eso. Simplemente, no será. Y menos mal que tenemos a las autoridades preocupándose del Charco de los Clicos. No quiero pensar qué hubiese sucedido de no mediar tantísimo dolor de cabeza institucional.
La reciente historia en relación a uno de los paisajes más fotografiados por quienes nos visitan tiene su origen, si no recuerdo mal, en tiempos de gobierno del PP. El entonces diputado nacional, Cándido Reguera, presentó una iniciativa para evitar que el lago verde siguiera desapareciendo lentamente.  Feneció en las urnas el segundo Gobierno de Aznar, ha transcurrido la primera legislatura de Zapatero (y parte de la segunda) y el Charco de los Clicos, ajeno al vaivén gubernamental, continúa recogiéndose en las entrañas de una maravillosa playa de arena negra.
Deben haber pasado cinco presupuestos, mínimo. En medio: estudios de viabilidad, medioambientales y todo lo que ustedes quieran. Son necesarios, claro. ¿Pero es preciso ser tan exasperadamente lento? ¿A quien echaremos la culpa cuando el Lago sea sólo un hilo de agua verde? Me temo que, además de la más que demostrada parsimonia burocrática, topamos de nuevo con la palpable ausencia de liderazgo en la isla de los conformistas.

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