Y a usted. Ahora nos toca a nosotros. El final de la campaña
electoral cede el paso a una jornada de reflexión en la que no reflexiona ni
Dios. Al día siguiente, las urnas esperan. Yo iré a votar y, si me permiten un
consejo, ustedes deberían hacer lo mismo. Es más: me atrevo a decir que ir a
votar debería ser obligatorio. Lo es en algunos países caso de Bélgica o
Australia. Sería un debate muy interesante. Ese y el de las listas abiertas,
que a mi juicio urge más. Pero esa es otra historia. De momento hay lo que hay.
Y no está lejos de ser lo mismo de siempre, a tenor de la muy decepcionante
campaña electoral a la que acabamos de asistir.
No han aprendido nada. Básicamente los ciudadanos somos
considerados tontos de baba que nos creemos cualquier cosa que vemos en el
periódico o en la tele. Un ejemplo: Si sale un alcalde inaugurando una
escultura, debemos votar al partido de ese alcalde por tener la ocurrencia de
pagar un pastón por ocupar una rotonda con la obra de arte. Doce en el caso de
Arrecife, por cierto. Plas, plas, plas….¿y? ¿Eso es todo lo que se espera de un
mandatario municipal en cuatro años? Me tienen condenado sin aceras, con
alumbrado precario (cuando lo hay), un parque infantil roto y el tráfico sin
ordenar y todo lo que se le ocurre es comprar una escultura y esperar a que el
ignorante de turno haga un par de genuflexiones ante la urna.
En la
Capital , otro tanto. La mandamás diseña un Plan General que
negocia con los amos del suelo. Coincide que todo gira en torno al gran negocio
y, cuando se descubre el pastel y los llamados a recoger las migas del piso y a
rodar su hogar hacia una zona donde molesten menos montan en cólera (con toda
la razón del mundo) ella se ofende. La víctima es ella. La que sufre es ella.
La que llora es ella. Vivir para ver.
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