Los ví el otro día jugando en la plaza Común del Pueblo.
Niños y niñas de distintos colegios abandonados a la suerte de jugar a algo que
adiviné se trataba del “tú la llevas” o algo parecido. Uno corría tras de otro
y éste huía para que no le alcanzara a tocar con la mano y traspasarle la
responsabilidad de comenzar a perseguir a los demás. En el mundo de los mayores
eso podríamos bautizarlo como “quitarse el muerto de encima”. Pero eran niños.
El más lunático era el que llamaban Carlitos, al que todos acosaban para
“pasársela”. El muy despistado, a veces, se quedaba quieto y todo para que se
la endilgaran. Parecía gustarle, en ocasiones. Sentirse el centro de atracción
del “tú la llevas”. Inesita se mosqueaba muchísimo con el colega. No parecían
llevarse demasiado bien. En realidad nunca hicieron buenas migas. Decía la niña
que Carlitos era muy suyo y no le contaba nada. Chiquitos mosqueos se cogía la
pibilla cuando Carlitos la tocaba apenas rozándola y le decía lo del tú la
llevas.
Otros que
corrían para que no les alcanzara el manotazo eran Marito y Manolito. Uno
porque cada vez que la llevaba él, se liaba de tal manera que en lugar de
perseguir a otro se dedicaba a dar vueltas sobre sí mismo y tardaba tres horas
en continuar con el juego y el otro porque le parecía mentira que alguien le
hubiese tocado. ¿A mí? ¿Por qué? Se preguntaba una y otra vez. Y los demás se
aburrían. Así que siempre la llevaba Carlitos y, dale que dale, a por Inesita
para pasársela.
A veces,
cuando se aburrían de jugar a esto, comenzaban con “el escondite”. Otro juego
de la niñez. Y ahí, el acabóse. Yo creo que es que no sabían jugar porque de
repente Carlitos se escondía y al que le tocaba buscar venga dar vueltas y
vueltas y no había manera. No aparecía el niño. Una vez estuvieron a punto de
llamar a la policía y todo. El que tenía una gran habilidad para encontrarlo
era Manolito. Y la que menos, Inesita. Marito, por su parte, es que ya ni le
buscaba. Cuando todos se escondían y le tocaba a Carlitos salir en pos de sus
amiguitos, el desinquieto pibillo se
tomaba un tiempito y se iba al kiosco de las pipas a alegar con el kioskero y a
contar las aventuras y desventuras de su colegio y de lo que pasaba en la plaza
Común de Pueblo. Cuando eso sucedía, los demás niños se enfadaban mucho con él.
Pero mucho, mucho. Tanto que más de una vez le habían avisado de que no
volverían a jugar con él. Y puede que algún día lo cumplan y todo.
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