lunes, 22 de mayo de 2006

Tú la llevas


Los ví el otro día jugando en la plaza Común del Pueblo. Niños y niñas de distintos colegios abandonados a la suerte de jugar a algo que adiviné se trataba del “tú la llevas” o algo parecido. Uno corría tras de otro y éste huía para que no le alcanzara a tocar con la mano y traspasarle la responsabilidad de comenzar a perseguir a los demás. En el mundo de los mayores eso podríamos bautizarlo como “quitarse el muerto de encima”. Pero eran niños. El más lunático era el que llamaban Carlitos, al que todos acosaban para “pasársela”. El muy despistado, a veces, se quedaba quieto y todo para que se la endilgaran. Parecía gustarle, en ocasiones. Sentirse el centro de atracción del “tú la llevas”. Inesita se mosqueaba muchísimo con el colega. No parecían llevarse demasiado bien. En realidad nunca hicieron buenas migas. Decía la niña que Carlitos era muy suyo y no le contaba nada. Chiquitos mosqueos se cogía la pibilla cuando Carlitos la tocaba apenas rozándola y le decía lo del tú la llevas.
            Otros que corrían para que no les alcanzara el manotazo eran Marito y Manolito. Uno porque cada vez que la llevaba él, se liaba de tal manera que en lugar de perseguir a otro se dedicaba a dar vueltas sobre sí mismo y tardaba tres horas en continuar con el juego y el otro porque le parecía mentira que alguien le hubiese tocado. ¿A mí? ¿Por qué? Se preguntaba una y otra vez. Y los demás se aburrían. Así que siempre la llevaba Carlitos y, dale que dale, a por Inesita para pasársela.
            A veces, cuando se aburrían de jugar a esto, comenzaban con “el escondite”. Otro juego de la niñez. Y ahí, el acabóse. Yo creo que es que no sabían jugar porque de repente Carlitos se escondía y al que le tocaba buscar venga dar vueltas y vueltas y no había manera. No aparecía el niño. Una vez estuvieron a punto de llamar a la policía y todo. El que tenía una gran habilidad para encontrarlo era Manolito. Y la que menos, Inesita. Marito, por su parte, es que ya ni le buscaba. Cuando todos se escondían y le tocaba a Carlitos salir en pos de sus amiguitos, el desinquieto pibillo se tomaba un tiempito y se iba al kiosco de las pipas a alegar con el kioskero y a contar las aventuras y desventuras de su colegio y de lo que pasaba en la plaza Común de Pueblo. Cuando eso sucedía, los demás niños se enfadaban mucho con él. Pero mucho, mucho. Tanto que más de una vez le habían avisado de que no volverían a jugar con él. Y puede que algún día lo cumplan y todo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario