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FOTO: Sergio Betancort |
(Transcripción del pregón pronunciado el 2 de julio de 2015 con motivo de las fiestas patronales de Lanzarote. San Marcial del Rubicón, en la iglesia de Femés).
Buenas noches. Antes que nada quisiera agradecer a los miembros de la Comisión de Fiestas que me hayan dado esta bella oportunidad, al ayuntamiento de Yaiza que canalizara esa petición vecinal y a todos ustedes por venir, hoy, aquí. Para mí es un inmenso honor ejercer de anunciador de las Fiestas de San Marcial del Rubicón, Co patrón de la Diócesis de Canarias y patrón de la isla de Lanzarote.
Bien, pues heme aquí, ante ustedes, con la misión de ejercer de pregonero, un oficio que vivió su esplendor en tiempos donde en España nunca se ponía el sol y así siguió hasta que comenzaron a popularizarse los medios de comunicación.
En puridad, pregonar tiene algo de eso, de comunicar, hacer público y notorio,
en voz alta, algo que no se sabe para que llegue a conocimiento de todos.
Pero hoy día hay pocas
cosas que no se sepan ya. Así que la figura del pregonero, y su pregón, es una
tradición más que otra cosa.
Una costumbre que bien está
que se conserve. De hecho, en este pregón, me gustaría referirme a la
importancia de mantener las tradiciones.
Cuando me propusieron ser
el pregonero de las fiestas de Femés, y del patrón de la isla, y superado el
estado de nerviosismo provocado por tan alta responsabilidad, empecé a rumiar
qué contarles a todos ustedes. Qué decir que no sepan ya, por sus propias
vivencias, por sus conocimientos adquiridos o porque, antes que yo, pregoneros
mucho más duchos en las ciencias, la historia o las artes, les hayan contado en
un lugar como este y ante unas fiestas como las que vamos a vivir en los días
siguientes.
Pensé en hablarles de la
historia de San Marcial, de aquel Obispo de Limoges del que tampoco se sabe
demasiado (y sobre el que hay alguna contradicción histórica), acaso que es objeto de
veneración desde tiempos muy remotos, como apóstol de la región de Limousin y
fundador de la sede que ocupó. Pero otros pregoneros, antes que yo, ya lo han
hecho con suficiente rigor.
Otra opción
hubiese sido abundar en la historia de la ermita de San Marcial, donde hoy nos
reunimos, segunda de cuantas se erigieron tras la conquista de principios del
siglo XV. Pero es verdad que también antes que yo otros conferenciantes, más
doctos, se han detenido en ella y pocos son hoy en este lugar los que la
desconocen.
Y ni siquiera
les puedo contar de mi infancia por estos lares pues, como saben, mis correrías
de chinijo sucedieron bien lejos de aquí.
Yo descubrí unas
fiestas de San Marcial muy distintas a las que narran los mayores del pueblo y
también muy diferentes a las actuales. A caballo entre aquellos tiempos en los
que lo que sucedía un día aquí, en Femés, tardaba siete jornadas en conocerse
en el Puerto o se sabía tres días después en Playa Blanca, todo por la ausencia
de comunicaciones, de las que vemos (las terrestres en forma de carretera o
postes y cables de teléfono) y de las que no se ven como las ondas que
transportan los sonidos de la radio y la televisión; y las fiestas de ahora, en
las que con sólo hacer un clic de un cacharro de estos (móvil) en menos de dos
segundos este instante habrá dado la vuelta al mundo.
Pero hay un
denominador común en todas ellas, en todas las celebraciones: el calor popular.
Las ganas de vivir las fiestas, cada uno a su manera, pero todos con igual
intensidad. Es en eventos como los que se nos presentan, cuando cobra vida la
palabra familia que, en estos tiempos, se nos manifiesta de mil variadas
formas, es cierto, pero que sigue conservando la esencia de la unidad, del
cariño. De los guisos caseros, de las conversaciones alrededor del café y los
dulces.
Recuerdo que en
el año 1988 se juntaron por San Marcial aquí, en Femés, dos personas muy
importantes en mi vida y en la historia de Lanzarote. Los dos tristemente ya no
están entre nosotros. Me refiero a Agustín Acosta Cruz y a César Manrique.
Aquel año, en el
88, el pregón lo ofreció Agustín Acosta, tantos años informando a la población desde
los micrófonos de Radio Lanzarote.
El hombre que
creyó en mí como profesional y que me enseñó la isla en toda su amplitud. Incluido
Femés ¡Cuántas veces vinimos aquí, a Femés, a retransmitir las fiestas! ¡Y qué
fatigas pasábamos para las conexiones! Desde luego no es como ahora, ya les
dije antes, que agarras un móvil sacas un vídeo lo subes a eso que llaman
Youtube y ya lo puede ver todo el mundo que lo quiera ver.
En aquel tiempo
teníamos que llamar a la Telefónica no sé cuántos días antes para que nos
instalaran una línea, luego venir con un par de aparatos de la radio, probar y
cruzar los dedos para que aguantara todo el rato del pregón o la parranda o lo
que fuera. Porque antes teníamos la costumbre de contar bastante más y mejor
que ahora, todo lo que ocurría en las fiestas de los pueblos.
Luego llegar el
día del acto a retransmitir, enchufar todo, volver a cruzar los dedos y echar
una miradita de reojo a San Marcial para que todo fuera bien y la línea no se
cortara... o no se cruzara ninguna conversación. ¿Recuerdan?
Ahora ya no ocurre
pero a finales de los ochenta y principios de los noventa no era raro estar
hablando por teléfono y que, de repente, se cruzara una señora contándole al
yerno cómo se hace un puchero bien hecho. Incluso en ocasiones, si tenías
suerte, ellos te podían oír a tí y entonces podías mantener una conversación a
cuatro. ¡Qué cosas!
Pues eso, que
llegabas, enchufabas y toda la isla se enteraba por la radio de lo que ocurría
en Femés. El pregón, la procesión y a
veces hasta el concierto, siempre que el cantante de turno no te plantara la
mosca diciéndote que no iba a permitir que su música sonara a lata (que es como
sonaba el teléfono antes).
Que había
cantantes que les daba igual, pero otros se negaban en rotundo a que se
retransmitiera su actuación.
Si dábamos con
un artista comprensivo, hasta en Haría, o en Los Valles, que es donde vivo yo,
se escuchaban las canciones de Paolo Salvatore "...mi mamá no quiere ir a
las playas de nudistas, pero yo sí quiero ir con sombrero y tomavistas..."
y en medio la señora diciéndole al yerno "...y cuando las garbanzas estén
blanditas, le echas la calabaza y el comino..."
En fin, un lío
de comunicaciones.
Bien, pues aquel
año, tras el pregón de Agustín, ofreció una conferencia el hombre al que
Lanzarote más le debe y del que seguimos aprendiendo día a día y del que
todavía respetamos muchos de sus principios, como su filosofía urbanística y
estética. Hablo de César Manrique. Don César, como le trataba cualquier vecino
que le conociera.
Recuerdo como si
fuera hoy el impacto de las palabras de Manrique entre los asistentes. ¡Qué
manera de llamar a las cosas por su nombre! ¡Qué modo de poner los puntos sobre
las íes! ¡Qué de leña repartía entre los que mandaban entonces!...y qué poquito
caso le hicieron, la verdad.
Seguramente
César Manrique es de las mejores cosas que le han pasado a Lanzarote y, en
consecuencia, su muerte en el momento en que se produjo, en el año 92, de los
momentos de mayor incertidumbre que hemos vivido. En aquellos años Lanzarote
vivía bajo la amenaza de la feroz especulación urbanística pese a los
instrumentos de control del crecimiento de los que nos dotamos y la
desaparición de Manrique provocó un enorme desasosiego.
Les contaba que
en todas las fiestas de Femés, desde que la memoria se pierde en el túnel del
tiempo, hay un denominador común: el calor popular y rescaté la presencia de
César Manrique ese año de 1988 porque unos días después de estar aquí, por San
Marcial, a César lo entrevistaron en La Voz de Lanzarote y refiriéndose a lo
vivido entre ustedes dijo:
"Aquello era auténtico. Al lado de tanta mentira y tanta
hipocresía, cuando ves a un pueblo lleno de humildad y amor te quedas
maravillado. Es algo hermoso, desde luego. Eso es lo único que me anima todavía
a seguir en esta isla: ver la autenticidad del pueblo. Allí me sentí, de
verdad, en mi verdadero pueblo conejero. Allí todavía queda mucho de nuestra
propia identidad."
Y hoy, casi
treinta años después de aquellas palabras, sigue quedando mucho de la identidad
conejera entre las calles y las casas y los vecinos y las vecinas de Femés. Y
eso es muy grande.
Y ese es el
mensaje que quiero compartir con ustedes hoy. Y lo quiero hacer con una
narración que muchos ya conocerán (también ha aparecido en pregones anteriores)
pero que, quien sabe, igual hay alguien que es la primera vez que la escucha.
Un relato que tiene su moraleja a la que me referiré después de contarlo. Lo
escribió hace más o menos un siglo un ilustre lanzaroteño, Isaac Viera. Dice
así:
"En
Femés(Lanzarote), pueblo de pastores, desde tiempos remotos existía la
costumbre de silbar en el templo, durante el acto recordatorio del nacimiento
de Jesucristo. Sabedor de esto un sacerdote natural de una aldea de Gran
Canaria que llegó a Femés pocos días antes de Navidad, destinado a ejercer
allí las funciones de su ministerio, subió al púlpito en la hora de la misa
conventual y pronunció un sermón en el que prohibía a sus feligreses que
continuaran practicando dicha costumbre, la que calificó de bárbara, y por lo
tanto impropia de la solemnidad augusta de las fiestas religiosas. Al día
siguiente al de aquella filípica sagrada, en veredas, en predios y los humildes
hogares de los hijos de aquel lugar se hacían los más variados comentarios
sobre las pretensiones del cura que en horas veinte y cuatro, que dijo el
poeta, quería echar por tierra una costumbre sancionada por los siglos.
Unos carcamales dicen,
al unísono, en un corrillo, en donde se hallan mozos y muchachas que se ocupan
de la guarda de sus ganados:
-No respetamos la orden del clérigo; ¡no faltaba más que
nujotros no silbemos al nacer el Niño! Los demonios nos lleven si no soltamos
el chillío, silbando en la procesión de Nochegüena, y si al cura no le gusta,
que toque soletas.
Un pastorcillo que
atento escuchaba a los ancianos, añadió:
-Me parece que vustedes deben jablar primero con el
párroco pa que deje silbar como es uso y costumbre entre nujotros.
-Tienes razón, Periquillo: mañana mesmo irá mi yerno el
alcalde a decirle al cura canario que deje silbar en la iglesia la noche de
Pascua de Naviá.
A efecto, el presidente
del Ayuntamiento de Femés, el secretario de la citada Corporación y el síndico
personero se entrevistaron con el párroco, manifestándole que el vecindario en
masa y los pagos jurisdiccionales de las Casitas y Maciot estaban dispuestos a
un levantamiento contra la orden de no silbar en la iglesia la Nochebuena.
El sacerdote, después
de oír en su casa rectoral las amenazas del monterilla y de sus acompañantes,
dice, riéndose a mandíbula batiente:
-¿Están los galos a las puertas de Roma? Tiembla la tierra
y sus alrededores al solo anuncio de esa formidable rebelión la que, según
ustedes, tendrá proporciones apocalípticas. En Femés --prosigue el cura
sarcásticamente- se levantarán los vecinos de sus respectivas camas. Ese es el
único levantamiento que en este pueblo ha habido y habrá, mientras diciembre
no dé azucenas. Al grito de ¡se ha sublevado Femés! Se estremecerán las
esferas. No revoco mi mandato: he ordenado que no se silbe en el templo la
Noche de Navidad, y los que no me obedezcan tendrán que habérselas conmigo.
En vista de la burla
sangrienta del sacerdote -cuyo espíritu tenía algo de lo que caracterizaba el
genio del arcipreste de Hita-y de su rotunda negativa, aquellos pobres hombres salieron
con las orejas gachas, mohínos y cariacontecidos, dando inmediatamente cuenta a
sus poderdantes del desastroso resultado de su conferencia con el
"pater".
Un octogenario que ha
pasado toda su vida apacentando' cabras, al enterarse de la enérgica actitud
del presbítero, gritó como un energúmeno:
-Aunque me mande el Papa que no silbe en la iglesia la
Nochegüena, no le jaré caso.
Otros vecinos menos
intransigentes que el viejo pastor, manifestaron que no convenía estar de
puntas con el cura, añadiendo un zagalote:
-"Dicen que ese confiscao párroco es un gran jugaor
de palo y que pa luchar no tiene quien le iguale. Es lo que se llama un cura
macho".
Llegó la Nochebuena,
como todo llega en este pícaro mundo- menos el premio gordo de la Lotería de
Navidad para los desgraciados-, y todos los vecinos de Femés acudieron como de
costumbre, a la iglesia a adorar al Niño Dios. La procesión de la media noche
en que se conmemora al nacimiento de Jesús, recorría las naves laterales del
templo, observando todos los feligreses la mayor compostura y el orden más
perfecto.
Sólo el viejo ochentón, que conocen ya
nuestros lectores, y que estaba de pie junto a la pila del agua bendita,
murmuró por lo bajo:
-No me contengo.
Y casi al mismo tiempo
que suelta esa frase, lanza un estridente silbido al pasar por su lado el
sacerdote con el Niño Jesús en brazos.
Sin decir oste ni moste
el celebrante agarra por los pies la escultura y con ella da tan fuerte golpe
en la calva del viejo pastor, que saltó la cabeza de la efigie, quedando el
anciano vertiendo chorros de sangre.
Así terminó en Femés la
misa del gallo. Un coplero, al salir la gente del templo, cantaba en medio de
la plaza, la siguiente redondilla:
Al niño recién nacío
le dio muerte el señor cura,
por mor a la calentura
que cogió con el silbío."
Siempre me ha hecho gracia esta historia, desde la primera
vez que la escuché.
A mi juicio engloba dos ideas que quiero compartir con
ustedes:
Una es la de la lucha por mantener las costumbres y lograr lo
que se entiende que es justa reivindicación. Femés lleva muchos años clamando
porque San Marcial del Rubicón, el Patrón de Lanzarote, sea tratado acorde a
ello.
Que sea declarado día festivo insular, si hay que declararlo,
y que se dediquen similares esfuerzos a los que se dedican a la patrona,
Nuestra Señora de Los Dolores, si hay que dedicárselos. Y si para ello hay que
silbar, vayan preparando los silbíos y no paren hasta que ceda quien tenga que
ceder.
Todo ello sin olvidar que aquí, en este sitio, empezó TODO en
Canarias. Toda la historia moderna del Archipiélago.
Igual estamos bien como estamos: con nuestra modestia, con
nuestra discreción, con la humildad que siempre ha caracterizado a las mujeres
y los hombres de Lanzarote, pero seguro que en cualquier otro lugar, por esa
circunstancia histórica nada menor, Femés tendría catedral, museos,
bibliotecas, veinte monumentos y tres fuentes con aguas de colores.
Y cuando digo en cualquier otro lugar, no les invito a que
miren muy lejos.
Si Femés hubiese estado en Tenerife, seguro que tendría otra
relevancia (que allí, los tinerfeños se quieren más de lo que nosotros nos
queremos. O al menos se lo creen. Y hacen bien).
Pero ya digo, como a los lugareños que se resistieron a no
"silbiar", el destino de
los pueblos lo ha de decidir el propio pueblo. Con la fuerza de la razón y de
las palabras.
La otra idea que me transmite la narración de Isaac Viera es
la de la transmisión de las costumbres. Mal vamos si muchos de ustedes, los más
jóvenes, es la primera vez que escuchan la historia que les acabo de contar, la
del silbío. Pero podría suceder.
Sostengo que en los libros de texto que nuestros hijos e
hijas utilizan en la escuela, hay insuficiente contenido canario en general y
lanzaroteño en particular.
Sí, lanzaroteño en particular, porque está muy bien ese
principio de que Canarias ha de ser un solo pueblo, pero no debemos olvidar que
el hecho insular marca el carácter de los sitios.
Y Lanzarote en sí es un mundo muy rico en cultura propia que
debe aparecer con mayor importancia de la que lo hace entre las enseñanzas en
la escuela.
De no estar más vigilantes, llegará el día en el que los
chinijos y las chinijas se pregunten quien fué César Manrique, o Leandro
Perdomo, o Blas Cabrera, o Alfonso Spínola o Agustín de la Hoz o...tantos otros
que han enriquecido la historia de esta bendita isla de la que es patrón San
Marcial.
Y añado: Lanzarote es lugar en el que muchos hemos decidido
morir habiendo nacido lejos de aquí. Y es nuestra obligación adoptar, y cuanto
antes mejor, la cultura del sitio.
Sé que la mayoría actúa de ese modo, pero de entre todos los
colectivos en los que hay personas de distinta procedencia, acaso sea el de los
maestros y maestras el que más esfuerzos ha de hacer para imbuirse de lo
lanzaroteño. La familia y la escuela es donde se forman los ciudadanos, y en
estos ambientes es donde los chinijos han de mamar, perdón pero se dice así, la
cultura popular, la que está escrita y, acaso más importante, la que no lo
está. Y, por supuesto, volviendo a la narración de Viera, hasta los curas deben
asumir el "sabei" popular de los lugares y dejar silbar, si es que el
pueblo quiere silbar.
A fin de cuentas no es Femés, no es Lanzarote, uno de esos
sitios en los que la gente, para divertirse, mata toros o les prende fuego a
los cuernos o los tira al mar o lanza cabras desde los campanarios o les
arranca el pescuezo a los patos. Aquí todo es más sencillo, más humilde.
En todo caso, siempre nos quedarán las fiestas, y sus
reuniones familiares, para transmitir todo lo que la vida en el pueblo nos ha
ido dando. Desde la aparición de los Normandos, sus conquistas, la ermita, el
obispado, la lucha por la independencia municipal, el municipio de Femés, el
primer cambio de siglo, las hambrunas, la guerra con su posguerra, la pérdida
de la independencia municipal, la poetisa Josefina Pla, bautizada aquí,
referencia intelectual en Paraguay, las raíces de Benito Cabrera, Arozarena con
su Mararía, la carretera a Playa Blanca, los guiris, el cine con la Arozarena
de Mararía, el segundo cambio de siglo...y en medio de todo esto, y durante
todo esto, las pequeñas cosas de cada casa con todos ustedes y los de antes de
ustedes y los que vendrán después, que son la esencia misma de este bienaventurado
pueblo.
Así se va cosiendo la historia. A pequeños retales.
Desde esta noche yo seré, para Femés, uno de esos
pequeñísimos retales, pero por contra Femés, para mí, se ha convertido ya en
algo inolvidable. En un pedazo importante de mi vida.
Viva San Marcial, viva Femés. Felices fiestas a todos.
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