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Cuando un ayuntamiento, el que
sea, decide ponerle el nombre a una calle, avenida o plaza, en realidad está
rindiendo homenaje a la persona, o al hecho, al que hace referencia ese nombre.
Unas veces es con honestidad y elegancia, reconociendo méritos y valores,
y en otras simplemente se reparten las calles como trozos del botín pirata obtenido
a través de las armas. Es lo que en este país hicieron los fascistas que se
alzaron contra la República en el 36. Una vez masacrada la legitimidad
democrática empezaron a ponerle sus nombres a las calles. Eso sí: después de limpiarlas
de la sangre republicana.
De niño viví en una calle que se
llamaba 18 de julio hasta que, pocos años después de la muerte del dictador, quizá
a principios de los ochenta, decidieron cambiarle el nombre a Libertad, o
Llibertat, pues la calle está en un pueblo de Catalunya. Un nombre mucho más
apropiado para explicar a los niños cuando pregunten, que lo harán, por qué su
calle se llama como se llama.
En Arrecife el tema ha ido mucho
más despacio, como otros tantos, dicho sea de paso. Pero parece que estamos en
vísperas de que unas cuantas calles cambien de nombre y se entierre la memoria
fascista en pro de hombres y mujeres de las letras, las ciencias, la cultura o el humanismo hecho a base de gestos cotidianos.
Así que no nos debe extrañar que esto ocurra, que se preste homenaje a
quien se lo gana con sus principios y valores y no con cuatro tiros en la nuca.
Luego están los comentarios a la
noticia en los diarios digitales, esa
sensación de que el fascismo se ha reencarnado en cuatro foreros. O aquellos otros que argumentan que si no hay
necesidad, que si hay otras cosas más importantes que hacer que si….En fin.
Claro que hay mucho que hacer en Arrecife. Tanto como pocas esperanzas de que se haga. Pero
esto, lo de limpiar los restos de sangre que todavía tienen algunas calles,
también había que hacerlo.
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