Querida Lucía: te imagino en esa Fuerteventura de ocres
cambiantes rodeada de buenas gentes majoreras que intentan llenar los huesos de
aquel perfil esquelético que dibujó por isla Don Miguel de Unamuno, arribado a
esas costas por decisión de la dictadura militar de Primo de Rivera que mal
quería a un sitio de singular belleza como para elegirlo destino del destierro.
Probablemente habrás oído el dicho popular que reza que a
Fuerteventura se entra llorando y de Fuerteventura se va uno llorando. Y créeme
si te digo que bien cierto es. Esa tierra austera, ese mar poderoso y ese
viento implacable han sido domeñados por el tesón del majorero y acaban
impregnándote de un salitre imposible de quitar.
El hombre y la mujer de la vieja Herbania han colocado al
tomate de Fuerteventura en el mapa de lo selecto, han comprado una parcelita en
lo alto del pódium de los concursos internacionales de quesos, han enseñado al
mundo de la nueva vela y del surf las mil y una tonalidades del mar y les han
dicho a los visitantes “tomen, kilómetros de playa para que dejen sus penas en
cada pisada en la arena”
La radio me traslada hoy a Fuerteventura, sus gentes y sus
paisajes. A una isla a donde siempre tengo un viaje pendiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario