Vivimos en una sociedad muy paciente. Pese al desempleo, los
recortes, los impuestos y la ausencia de noticas de un gobierno que se echaba
las manos a la cabeza cuando con Zapatero había 4 millones y medio de parados,
y ya vamos por más de seis. Pero esa sola paciencia no basta para explicar el
fracaso reiterado en las convocatorias del primero de mayo.
Desde luego que a la movilización en Lanzarote acudieron más
que las 75 personas que dice la delegación del Gobierno, que no constituye
sorpresa que mienta cada vez que hace una valoración de las cifras de lo que
sea. Aun así los sindicatos no pueden sentirse satisfechos con el apoyo
ciudadano que están teniendo.
El descrédito de las centrales sindicales corre parejo al de
la clase política. Y eso es entrar en un terreno excesivamente peligroso.
Concretamente en Lanzarote Hace ya muchos años que la isla está huérfana de
acción sindical. Demasiado tiempo dedicados a asaderos y a ir consiguiendo
derechos para los trabajadores de las empresas públicas, de fácil triunfo en la
mesa negociadora, les ha desentrenado en la verdadera lucha obrera. Así se
explica que ahora no vayan ni aquellos que consiguieron todo
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