Llegamos hoy al
final de una semana en la que el nombre de Lanzarote ha recorrido esos caminos
que Dios, o quien sea, ha puesto a lo largo de toda la geografía nacional. Y en
ese caminar el nombre de la isla se ha visto asociado a los más bellos valores
de la ética y la moral, pero también lo ha hecho manchado por el barro del
fanatismo y la intolerancia.
El magistrado Juan José Cobo Plana nos ha enseñado que es
posible macerar la siempre fría legislación en un adobo ético. Que, seguro, marcará
un antes y un después en las relaciones entre lo humano y la economía
doméstica.
Pero de otro lado un político, Sigfrid Soria, ex diputado
regional, ex presidente de la Academia de Seguridad Canaria y hasta ex
presidente del Partido Popular en Costa Rica, y no es broma, ha hecho que
Lanzarote se asocie al extremismo. A unas actitudes que la propia presidenta
del PP local, al que pertenece Soria, ha tachado de fascistas. Y yo prefiero
quedarme con la bella lección del juez
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