Pues fíjate qué mal lo habremos hecho en el pasado lejano y
en el reciente también, que hoy me obligo a destacar el hecho de que el alcalde
de Haría, José Torres Stinga, cambie suelo urbanizable por suelo protegido. No,
no me he equivocado. Donde hasta hace poco se podía construir, dentro de poco
no se podrá. Y cuidado que no se trata de un pizco de suelo en un lugar
desagradable. Hablamos de 50.000 metros
cuadrados en la zona del Charco del Palo. Según parece,
cuatro de cada diez de esos metros se quitarán de encima la amenaza del bloque
para que siga viviendo allí, y que sea por muchos años, la cuernúa, o diente de perro.
Hasta se buscará un rango normativo que le dé protección y todo.
No me digan
que eso no es noticia. O igual es que no me he tomado las pastillas. Pero en
una isla en la que cambiamos coladas volcánicas por meaderos, sebadales por
puertos deportivos o donde hacemos desaparecer como por arte de magia vestigios
paleontológicos, que un alcalde proponga
tal cosa como que te da buen rollo. Insisto, normalmente suele ser al revés: el
mandatario de turno que se fuma la hierba (es un decir) para construir bungaloses. Sin ir más lejos, un poquito
más allá de donde Haría dejará que a la cuernúa la puedan conocer nuestros
hijos, otros ejemplares de este endemismo han aparecido pisoteados y arrancados
de mala manera. Es territorio de Teguise. A Juan Pedro no le ha dado tiempo de
seguir el ejemplo de pepetorres.
Dicho esto,
también es cierto que lo contrario hubiese sido un atentado ecológico. Bueno y
¿qué? Uno más. Un par de titulares en la prensa tres o cuatro días seguidos,
dos o tres berridos mañaneros en las emisoras locales por parte de los
ecologistas, alguna queja de la oposición en el ayuntamiento…(perdón, retiro
esto último), y al carajo la cuernúa y bienvenido Herr Schlesser o Mr. Smith
con sus señoras en su chalecito con vistas al mar. Siempre fue así. Papagayo
existió un día. Yo lo ví.
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